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miércoles, 23 de octubre de 2013

Es curioso, cuando sonríes se abre un paréntesis

Un bella historia de amor. Mathilde y Manuch se aman, se entienden. Son cómplices. Nada les puede separar.

De repente, la tragedia. 

Una Francia devastada por la Primera Guerra Mundial. Un grupo de soldados franceses acusado de deserción y condenados a vagar por tierra de nadie, entre los dos frentes. Manuch está entre ellos.
Y la triste noticia. La muerte. La desolación. Pero, la negativa a creerlo, hace que Mathilde inicie un viaje para descubrir qué ha sido de su gran amor. Y para componer un gran collage de historias, todas afectadas por la guerra y sus sinsentidos.

En Largo domingo de noviazgo. Jean-Pierre Jeunet, nos regala este cuento sobre el amor, la capacidad de no rendirse, de enfrentarse al destino con decisión y determinación. Es como si Amelie, se hubiera teletransportado al comienzo del siglo XX...

Mathilde es bella, hipnótica, está rodeada de un halo de calidez y ternura. Y cuando sonríe... Todo a su alrededor se para. Como bien dicen en la película "se abre un paréntesis.."

Habeis pensado que eso es precisamente lo que provoca nuestra sonrisa? Un parentesis, una protección, un escudo contra todo lo malo.

Durante muchas entradas de este blog, he hecho referencia al poder de la sonrisa. El poder total y absoluto, al efecto tranquilizante, multiplicador, balsámico de las sonrisas. Y hoy, le brindo el espacio que merece. Porque una sonrisa vale un mundo! Y se lo dedico a toda esa gente que es capaz de sacarnos una sonrisa en los momentos mas complicados. En especial a esa persona, que sabe en todo momento hacer sentir la emocion de la sonrisa más autentica. Como Mathilde en la película.

Dicen que la sonrisa es una de los primeros gestos que adquieren los bebés. De hecho creo que no haya cosa más contagiosa que la risa de un niño. El problema es que a medida que crecemos, vamos perdiendo esa capacidad. Mario Staz, uno de los pioneros de la risoterapia decía que "ríe menos un niño que un bebé, un adolescente que un niño, un adulto que un adolescente y un anciano que un adulto". Es como si se nos fuera marchitando la capacidad de reirnos. O es al revés? No será que envejecemos a medida de dejamos de reir?

El otro día hice un pequeño experimento, que todos podeis probar. Mientras paseaba por mi ciudad, con una sonrisa de oreja a oreja, me fui fijando en cuanta gente sonreía. Nadie. Increible. Pensé que sería culpa del día (era un día gris y desapacible) y lo repetí otro día, este soleado y radiante. Desolación. Estadisticamente, la muestra no era significativa... pero el resultado.... Es más, alguna gente me miraba (mal) al pasar, supongo que no entendía de que coño sonreía,... con la cosa como está!

Supongo que la pesada carga de la realidad nos vence. La losa que supone el tunel en el que nos han metido, es algo insoportable. Pero, hemos olvidado que en nuestra actitud está gran parte de nuestra fortaleza. Y el exponente de la actitud, el denominador común que nos une, es la sonrisa!

La vida actual nos deja poco espacio a la risa. Pero siempre nos quedaran nuestros rinconcitos de alegría que pueden ser cosas muy sencillas. Convirtámolas en nuestro refugio de la sonrisa: ir a buscar moras al campo, el primer trago de una cerveza fría, pedalear suavemente en una bicicleta, leer un libro en el campo o en la playa, el jersey recién lavado en los primeros fríos del otoño... ejercitemos la sonrisa, para llevarla con nosotros siempre.

Y en ese momento preciso, en ese momento que conectamos con la alegría de ese instante, el futuro se hace mucho menos pesado, ya que nuestros sentidos y emociones se concentran con el bienestar del presente. Es más, cuando a través de la sonrisa y de ese instante, logramos librarnos de nuestras proyecciones, se hace lugar lo que en el budismo zen denominan "satori", la iluminación abrupta. Ese momento en que parece que tengamos la lucidez de entender y darle la justa medida a todo.

Creo que una de las mas bonitas y tiernas descripciones sobre le poder de la sonrisa, la hacen en la imprescibdible El hijo de la novia:

Este restorán lo empecé con Norma. Yo cocinaba, ella atendía: era una cuestión de dos. Me acuerdo que siempre discutíamos de porqué venía la gente, y ella decía que era por la cocina y yo decía que por su atención. Es que Norma era una cosa... ella sí que era la especialidad de la casa, con esa sonrisa que tenía, ¡Aquél cartel luminoso! Imagínate, entraba la gente y ... ¡bum!, se encontraban con esa pintura, y ahí aparecía la Norma verdadera: más alegre, más luminosa, y claro, el cliente pensaba que había entrado en, qué sé yo, en el Paraíso por lo menos. Entonces ella pedía que la siguieran, que los iba a llevar a la mejor mesa. Eso se lo decía a todo el mundo, que los llevaba a la mejor mesa, y todos se lo creían porque si ella te llevaba, era la mejor mesa. Te hacía sentir como si fueras el único. Con Francesco nos reíamos porque cada vez que iba a la cocina, todos, eh, todos, mujeres, niños, hombres, todos, todos, se quedaban como embobados mirándola, no sabían si seguían en la Tierra, si era un fantasma, tenían miedo que no volviera. Y ahí los volvía a sorprender: anotando todo ahí, junto a la caja, paradita como por arte de magia, como un ángel, mi ángel. 

Creo que todas y todos tenemos el poder de abrir esos paréntesis de realidad. Que solo tenemos que desempolvar nuestra capacidad. Ya lo decia Frank Sinatra, cuando estás sonriendo el mundo entero sonríe contigo, y cuando ries el sol brilla en su plenitud! Empezamos el contagio?






 

1 comentario:

  1. Me encanta! Y totalmente de acuerdo: hay que sonreir. Incluso cuando hablas por teléfono. Tu interlocutor lo percibe... y lo agradece.

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